domingo, 19 de junio de 2011

~Capítulo 5~

Volví a mi casa sola. Total, no estaba muy lejos. Solo tenía que cruzar la acera y…¡bingo!.

-¿Qué tal te lo has pasado?- me preguntó mi madre cuando entré por la puerta.

-Bien.

-¿Quieres cenar…?

-No, madre, no tengo hambre. Me voy a mi cuarto.

-¡Eh! ¿Qué es eso?

Mi hermano, que estaba haciendo el perro en el sillón, me quitó la foto de la mano.

-¡Devuélvemela, es mía!

-Espera que la vea bien- dijo mientras la ponía en alto.

Aunque fuera cuatro años mayor que él, él era más alto que yo. Odiaba eso.

Me enfurruñé y me crucé de brazos.

-¡Ala, pero si este es Danny Jones, de McFly!

-¿Le conoces?

- ¡Hombre! Cómo para no conocerlo… aunque ya veo que tú sí, y bastante bien.

-Calla, y dame la foto.

-Espera hija, que yo también quiero verla.- mi hermano se la pasó a mi madre.

-Pero…

-¡Uy, qué monos!- típico comentario de madre que te abochorna.- Se os ve tan bien en esta foto…

Se la quité de las manos y me fui a habitación. Cerré la puerta y me dejé caer tras ella, cubriéndome la cara con las rodillas.

-Ignorantes…- dije, aunque no sabía por qué. Puede que la ignorante fuera yo.

Cuando me dolió la espalda de estar en esa posición, me levanté y dejé la foto sobre la almohada. Abrí la ventana, cogí una silla y, apoyando los brazos y la cabeza en el marco, me dispuse a esperar algo que sabía que jamás volvería a pasar.

Y esperé, y esperé, y esperé… y esperé tanto que me quedé dormida.

-¿Cristina?- me despertó mi madre- ¿Qué haces ahí? No te compramos una cama para que durmieras en la ventana.

-Hum…déjame.

-Bueno… si así eres feliz.

Lo malo era que no lo era.

-¡Cristina, a comer!

-¡No tengo hambre!

-¡Cristina, a cenar!

-¡No, gracias!

A la hora de irse a dormir, apareció mi hermano con un bocadillo y una Coca Cola en la mano.

-Mira, yo no sé la causa de esta huelga de hambre repentina, pero no quiero quedarme sin hermana. Así que hazme el favor y come.

Sonreí.

-De acuerdo.

Me lo comí mientras seguía mirando por la ventana, como haría unos tantos días más. No cogía las llamadas de Virginia, como tampoco las de Sergio. Hasta el día que se presentaron en casa no les quise abrir.

Simplemente, miraba por la ventana y esperaba. Estaba de vacaciones, no tenía nada que hacer, así que disponía de todo el tiempo del mundo para mirar y esperar.

La foto seguía encima de la almohada, intacta, como el primer día.

Odiaba cuando tenía que levantarme de la silla por los calambres de las piernas, cuando iba a comer, o cuando tenía que sacar a Kate a pasear, volviendo a ella rápidamente a la carrera.

Era una sensación rara… por una parte, quería que apareciera, pero por otra no me apetecía en absoluto volver a verlo. No entendía nada, estaba muy confundida.

Y así pasó una semana…

Me levanté para ir al baño, serían las diez menos cuarto de la noche aproximadamente, cuando, al mirar por la ventana, vi algo. Había alguien parado enfrente del palacio de los deportes.

-¡Oh, Dios!

Eché a correr y salí fuera de casa. Oportunamente, no venía ningún coche, así que crucé a la carrera y llegué hasta el hombre que allí había.

-¡Danny!- grité, loca de contenta.

El alma se me cayó a los pies cuando el hombre (que resulta que no era un hombre, sino un joven) se dio la vuelta y no era Danny, aunque por una parte, me alegraba de que así fuera.

-Sergio…

Sergio rió.

-¡Me has engañado!

-Yo no he hecho tal cosa.

-¡Sí, sí lo has hecho!

-Era la única forma de conseguir que salieras de casa.

-Yo salgo cuando paseo a Kate.

-Pues entonces de que me hablaras.

-Puff.

Y me di la vuelta.

-¡Espera, no te vayas!

Me rodeó con sus brazos.

-He esperado mucho tiempo para poder volver a hablarte.

Cerré los ojos y recordé el abrazo que un chico con ojos azules me había dado tiempo atrás.

-Solo ha sido una semana.

Solo había pasado una semana… a mí me parecían años.

-Siete días eternos.

Siete años, sí, eso me había parecido a mí.

-Siete días, al fin y al cabo.

Abrí los ojos.

Le agarré los brazos.

-No has vuelto a ser la misma desde…desde eso.

-Lo sé.

-Te echo de menos.

-Yo también me echo de menos.

-Que cosa más absurda.

“Y también le echo de menos a él”- pensé.

-Sí.

-¿Crees que si te reiniciamos, volverás?

-No creo.

Me apartó el pelo del cuello.

-¿Qué haces?

-Buscar el botón de reinicio.

-¡Pero si te he dicho que no tengo!

-¡Tienes que tener, todo el mundo tiene!

-¡Pero yo no! ¡Para, me haces cosquillas!

-¿Ves,ves? ¡Ya te estás riendo!

-¡Para, en serio!

Me soltó. Aún seguía riéndome.

-Eso es una sonrisa.

Se me borró de la cara. Me vino a la mente el recuerdo de otra voz diciendo lo mismo.

-¿He dicho algo malo?

-¿Eh? Oh, no, no. No es nada.

-Eres muy complicada.

-¿Más que los logaritmos de base diez que tanto te costaban?

-Mucho más.

-Vaya…

No quería quedarme, pero tampoco quería volver y mirar por la ventana. Ya no.

Sergio sonrió.

-Estás cansada… mejor me voy ya.

-Hum.

-Prométeme que no tendré que volver a engañarte para poder contactar contigo.

Enarqué una ceja.

-Asique reconoces haberme engañado.

-Bueno, sí… un poco.

-Vale, no pasa nada… y te lo prometo.

Me puse de puntillas y le di un beso en la mejilla.

-Nos vemos.

-Eso no lo dudes, Cris.

-Nunca tuve dudas, Ser.

“Salvo ahora”- pensé.

Subí a casa y me senté en la mesa de la cocina, mientras me servía un generoso vaso de leche, derramándola por la encimera. Tuve que limpiarla, claro está.

Me dormí allí, con la cabeza apoyada en la mesa, mientras me perdía en mis pensamientos.

Me despertó un fuerte olor a tostadas y un periodicazo en la cabeza proporcionado por mi padre.

-Ay…¿qué pasa?- dije, medio atontada por el sueño.

-¿Qué qué pasa, que qué pasa?.- dijo mi madre- Que no sabemos qué te pasa, hija, que no lo sabemos.

-Llevas unos días muy rara.

-Y no sabemos por qué.

-Ni siquiera lo sé yo.

-Creemos que es por haber estudiado tanto y eso… y que necesitas cambiar de aires.

-Asique hemos pensando en enviarte a Londres con tu tía Francisca.

Me levanté de un salto.

-¡No, con la tía Francisca, no!

La tía Francisca me odiaba y yo a ella. Era algo mutuo. Quizá fuera por romperle aquel conejo de porcelana tan feo que ella amaba tanto, o quizá fuera por la vez que no quise comerme sus lentejas o quizás por…

-No, no nos hemos explicado bien.

-La tía Francisca viene aquí, que por algo es mi hermana- dijo mi madre

-¡No, la tía Francisca aquí, no por Dios!- gritó mi hermano.

No hace falta recalcar que tía Francisca y mi hermano se odiaban. Quizá fuera por romperle toda su colección de animales de granja de porcelana, o por echar a perder con agua de fregar su maravilloso potaje de pescado…

-Sí y tú te vas con tu prima Sara.

-¡¿La prima Sara?!- grité, emocionada.

Sara era una de las razones por las que odiaba a tía Francisca. De pequeñas, Sara y yo éramos como hermanas, hasta que tía Francisca decidió mudarse a Londres porque decía que no podía gastarse tanto dinero en cremas antisol.

-Entonces, sí que me voy a Londres.

-Mañana mismo te vas.

-¡Genial!

Corrí a mi habitación, saqué mi maleta de debajo de la cama y la puse sobre ella con fuerza, haciendo que la foto cayera al suelo.

Miré a la foto, la foto me miró a mí… y me agaché a recogerla.

Me levanté y me coloqué junto a la ventana. Miré la foto y acto seguido, sonreí. Cerré con fuerza la ventana, eché las cortinas y metí la foto en el libro de Crepúsculo, el cual metí en la maleta.

1 comentario:

  1. JAJAJAJA FRANCISCAA!!!! JAJA ME ENCANTA EN SERIO PRIMA ;) SOY TU FAN NUMBER ONE!

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